Me pregunto qué opinaría Norma Jeane Mortenson de Blonde, la película de Andrew Dominik sobre la vida de Marilyn Monroe basada en el libro homónimo de Joyce Carol Oates. ¿Sentiría que el retrato de esa actriz, marioneta de los grandes estudios, sin voluntad para poder tomar decisiones por ella misma y cuyo destino se encuentra a merced de los hombres que la rodean, le hace justicia?. ¿O pensaría que se trata de basura fílmica que emponzoña su imagen como el icono cinematográfico indiscutible que es?. ¿Quizá pensaría que hay algo de ambas cosas en el film?.
Dominik (El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (2007), Mátalos suavemente (2012)) se aventura a reinterpretar el mito erótico más importante del cine de Hollywood de la década de los 50 a partir de datos biográficos constatados pero también de anécdotas y rumores. El resultado es un biopic que navega entre realidad y fantasía, rodeado de una gran polémica por el ensañamiento físico y psicológico al que el director somete al personaje de Marilyn, interpretado de manera magistral por Ana De Armas. La película hace un recorrido desde la terrible infancia de la protagonista, criada por una madre con problemas psicológicos que la repudiaba, hasta su muerte por sobredosis de barbitúricos a la edad de 36 años.
Blonde es un auténtico cuento de terror donde el personaje de Marilyn acaba engullendo a Norma Jeane la cual no puede disociar ya quién es realmente. Su talento e inteligencia quedarán ensombrecidos por un sistema heteropatriarcal que se encargará de modelarla para convertirla en el símbolo de la rubia explosiva por excelencia al margen de su opinión. O eso es que lo que parece querer transmitirnos el director neozelandés el cual insiste en silenciar la voz de la artista presentándola como víctima de sus propias circunstancias. Prácticamente cada uno de los acontecimientos de su vida que aparecen en la película están marcados por la violencia, el abuso y la culpa y en muy pocos momentos aparecen destellos de felicidad. Las escenas transitan de unas a otras creando una atmósfera de sueño lynchiano (Andrew Dominik es un declarado fan del director estadounidense) a través de saltos temporales, mezclados con realismo mágico y variaciones entre texturas, blanco y negro y color. El formato 4:3, alternado con el panorámico, sirve para acotar la imagen y resaltar la belleza de los primeros planos de Ana de Armas que, como el personaje de Madeleine en Vértigo de Hitchcock, parece haberse mimetizado con la actriz a la que que representa.
Al margen de lo deformado y cuestionable de ciertas interpretaciones de la vida de Marilyn me cuesta abstraerme del arrebato visual y emocional que supone Blonde. Me interesa el retrato psicológico que se hace de la actriz, cómo se humaniza al personaje que, habiendo alcanzado la cima del estrellato, sigue siendo un ser profundamente perdido y vulnerable. También la relación con los hombres de su vida, marcada por un complejo de Electra (se dirige a muchos de ellos como Daddy), así como la importancia que tienen para ella la familia y la maternidad por encima de todo pese a haberse criado en un hogar hostil, o precisamente como consecuencia de ello. Por otro lado el film está plagado de imágenes poderosas que muestran las luces y las sombras de lo que suponía pertenecer al star system estadounidense, por ejemplo la escena en la que Marilyn llora ante el reflejo de su imagen en un espejo mientras la maquillan antes de una presentación. Como cantaba Freddie Mercury: The show must go on. La fotografía, la interpretación de la actriz principal y un montaje virtuoso sobre todo hacia la parte final son en mi opinión las tres grandes bazas de la película, más allá de la polémica sobre su desajuste con la realidad.
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